Juventud, moneda de cambio en las políticas públicas

  • La concepción social de la juventud que permea el diseño de políticas públicas se ve moldeada por instituciones como la escuela, el ejército y el sistema judicial
  • “Hoy día tenemos la generación de jóvenes más educada de la historia y, sin embargo, tenemos un problema tremendo para poder lograr que estos jóvenes se desarrollen en un mercado de trabajo”
  • Ante situaciones de emergencia, como la pandemia por COVID-19, los jóvenes suelen ser quienes ven más reducida su estabilidad educativa y laboral

Autor: Ermilo Mendoza

Las políticas públicas se formulan de acuerdo con pedagogías sociales específicas. Estas son concepciones determinadas sobre cómo debe ser el mundo y las funciones que cada actor social debe cumplir. En el caso de la política pública enfocada en los jóvenes, está marcada por ideas sobre “cómo deben ser los jóvenes y qué debieran estar haciendo, desde el punto de vista del mundo adulto, en el tránsito a su vida adulta”, como lo explicó Luis Antonio Mata Zúñiga, académico del Seminario de Investigación en Juventud (SIJ) de la UNAM.

Durante el siglo XX la administración pública vivió una crisis institucional sobre su concepción en torno a la idea de juventud. “Las pedagogías sociales que existen en torno a la política pública tiene que ver sobre cómo se contempla el desarrollo de la vida social desde el diseño e instrumentación de políticas”. Tres instancias que marcaron notoriamente el desarrollo de la política gubernamental sobre juventudes fueron el ejército, el sistema judicial y la escuela.

El investigador del SIJ explicó que, por ejemplo, el servicio militar sirvió para establecer la idea de que los jóvenes sean los principales responsables de llenar las filas de las fuerzas armadas. Por parte del Poder Judicial, se formó la visión de los jóvenes como un grupo de riesgo asociado con la delincuencia, por lo tanto, se necesitaba de leyes orientadas a controlarlos. Por su parte, en la escuela, y en especial la universidad, ha permeado perspectivas religiosas sobre qué significa ser joven y estudiante.

Como respuesta a dicha crisis de orientación de la política pública, surgieron movimientos estudiantiles que redefinieron la concepción social de la juventud. Por ejemplo, el movimiento estudiantil de 1918 en Córdoba, Argentina, marcó pauta por su panamericanismo, anticlericalismo y exigencia de autonomía universitaria. Al mismo se sumaron el movimiento estudiantil mexicano de 1929 y la movilización en Colombia entre 1920 a 1924.

Las administraciones universitarias estuvieron divididas entre dos tendencias, primero, un esfuerzo por categorizar a los jóvenes según criterios como la edad, calificaciones u origen social. En segundo lugar, la evidente importancia de la convivencia estudiantil, que propició la consolidación de vínculos personales e identidades autogestadas entre los jóvenes.

Política pública para jóvenes, hecha por “adultos”

Como señaló el también comunicólogo del SIJ, la incógnita principal que han tratado de atender los gobiernos es dónde colocar a los jóvenes. “La escuela se había convertido en un mandato para ser estudiante, pese a que ni todos los jóvenes son estudiantes ni todos los estudiantes son jóvenes”. En México, desde los discursos de José Vasconcelos se ha consolidado la consigna de que los jóvenes deben, invariablemente, mantenerse en la escuela.

Dicha idea corresponde con un discurso, en el México contemporáneo, de que para “ser alguien en la vida”, es necesario seguir estudiante, y en concreto para las clases medias, graduarse de la universidad. Esta “es una idea que ha transitado de generación en generación y que ha estado promovida a partir de políticas públicas”. Luis Antonio Mata cuestionó que dicho discurso es problemático, porque ha estado desvinculado de manera real de otros aspectos fundamentales.

Por ejemplo, dijo que, “hoy día tenemos la generación de jóvenes más educada de la historia y, sin embargo, tenemos un problema tremendo para poder lograr que estos jóvenes se desarrollen en un mercado de trabajo que les permita condiciones de desarrollo adecuadas, en donde, además, la devaluación de las credenciales académicas frente al mercado y la segmentación educativa han fomentado un desencuentro en la relación jóvenes-estudiantes y escuela”.

La juventud en la política actual

En opinión de Luis Antonio Mata, en el gobierno federal las dos principales figuras con las que se construye la política pública hoy en día son la del “becario” y la del “aprendiz”. Es una política basada en la universalización de las becas como condición para la permanencia en la escuela y el desarrollo laboral. Como aprendiz, “el joven tiene que aprender para desarrollarse en un espacio de trabajo, a partir de la de la instrucción de una persona que esté a cargo, y se supone que a partir de ahí se puede incorporarse a diferentes mercados de trabajo y acumular experiencia”.

El investigador advirtió que la principal debilidad de dichas políticas recae en la desvinculación del Estado del seguimiento a los jóvenes después de que son becarios o aprendices. Es el principal reto, ya que, como se ha observado, muchas empresas, tanto públicas como privadas, no necesariamente desean contratar a los jóvenes. En otros países que han promovido un diseño semejante de política pública para sus jóvenes, los gobiernos han llegado al extremo de multar a empresas que no contrataran a los jóvenes después de haber sido sus aprendices, ante lo que varias empresas prefirieron pagar la multa a tener que emplear a los jóvenes. Emplear a un joven supone para muchas empresas tener que invertir tiempo y recursos en la formación y desarrollo de él, y no demasiadas están dispuestas a ello, y menos aún en contexto de riesgo e incertidumbre económica.

Desde dicha perspectiva, “incorporarlos para muchas empresas es un problema, debido a cómo se le mira al joven, como a una persona que al salir de la Universidad es alguien que tiene todo por aprender. Y eso se convierte en un problema, porque en un contexto de demanda de alta productividad, de escasos recursos y tiempo, estar a cargo de alguien que le tengas que enseñar implica un costo en la productividad”.

Dicho problema evidencia el desencuentro entre las universidades con el mercado de trabajo, porque las instituciones educativas y gubernamentales no contemplan las posibilidades de incorporación del egresado ni realizan un seguimiento de los procesos de desarrollo de los jóvenes.

En el caso de las bolsas de trabajo universitarias “hay una suerte de explotación de la fuerza de trabajo del joven recién egresado o que está por egresar. En el entendido de que está aprendiendo, se considera que casi está pagando parte de su formación al tener que aceptar condiciones de trabajo desfavorables, la mayoría de las veces sin derechos laborales. Desde la óptica del empleador, la justificación de este tipo de situaciones y tránsitos para algunos jóvenes está en que ‘se encuentran aprendiendo’, pero lo cierto es que sus condiciones laborales no necesariamente mejorarán en el corto plazo; al contrario, se suele normalizar la ausencia de derechos laborales y de condiciones de trabajo precarias para jóvenes que solo acumulan edad en ese tipo de trabajos”.

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