Sobre la obra de Alfredo López Austin

  • Sus investigaciones ofrecen las bases para comprender las singularidades culturales de los pueblos indígenas
  • Su obra guarda un lugar central en los estudios históricos y culturales de nuestro país

Autor: Alejandro Peña García

Fotografía: Octavio Olvera

La obra de Alfredo López Austin está concentrada en el estudio de la cultura y la mitología de los pueblos mesoamericanos. Se trata de fuentes culturales que siguen vivas, en cierta medida y a pesar de todo, así que es un tema de relevancia siempre actual. Además, la forma en que López Austin realizó su trabajo científico dota a su obra de caracteres especialmente sugerentes.

Nacido el 12 de marzo de 1936 en Ciudad Juárez, Chihuahua, López Austin estudió derecho, para después decidirse por la historia, carrera que cursó en la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la UNAM, entre 1965 y 1968. Realizó estudios de maestría (1968-1970) y doctorado (1970-1972), iniciando una trayectoria académica muy prolífica hasta su fallecimiento el 15 de octubre de 2021.

De entre los múltiples aspectos de su obra, quisiera resaltar su visión sobre la tarea del historiador y sus aportaciones a temas en su momento deseñados. 

En una entrevista de 1993, expone su forma de entender la labor del historiador y el antropólogo. Ambos se enfrentan al “otro” social y culturalmente diferente o lejano. Los retos epistemológicos que esto entraña han sido largamente discutidos por las dos tradiciones, y en general por las ciencias sociales, a las cuales por supuesto hay que añadir a la filosofía. Hay distintos niveles de otredad, dice López Austin,

y estos niveles son particularmente notables en la historia de América Latina debido a la violencia de la invasión, la conquista y la colonización. Las radicales transformaciones de las sociedades indígenas y la profunda diferenciación tecnológica, social, económica, lingüística y de concepción del mundo a partir de la conquista, marcaron hitos de profunda otredad. Esta profunda otredad hace que el historiador deba recurrir a más complejas bases teóricas para la aprehensión intelectual del “otro”, a técnicas de análisis específicas y muy elaboradas, a una mayor relación interdisciplinaria con colegas que trabajan en los mismos o similares campos desde diferentes ramas del saber. (“Entrevista con Alfredo López Austin”, Luis de la Peña Martínez, en el suplemento “Semanal”, La Jornada, 19 de agosto de 1993, p. 19)

Los estudios especializados sobre el pasado indígena no son, en ese sentido, solamente un cúmulo de informaciones sobre “nuestras” raíces, sino la puesta en discusión de los procesos históricos (violentos y traumáticos) que dieron nacimiento a la sociedad mexicana. 

Detalle del mural «Epopeya del pueblo mexicano», de Diego Rivera.

Las investigaciones de López Austin, junto con la de muchos otros estudiosos, ofrecen las bases para comprender las singularidades culturales de los pueblos indígenas del pasado y del presente, así como las interrelaciones que con ellas han desarrollado la cultura occidental y la mexicana. 

Episodios como los debates en torno al “descubrimiento” de América, el levantamiento armado de 1994 del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), distintos movimientos indígenas latinoamericanos, o los debates recurrentes sobre monumentos, personajes, nombres y fechas evidencian el carácter polémico y agónico de estas relaciones, en las cuales resuena profundamente el problema de las “otredades”.

La solidez y riqueza de la obra de López Austin provienen del apego a los métodos científicos, pero también de un sentido de imaginación y creatividad intelectual. Es decir, antes que aplicar esquemas interpretativos canónicos, intenta extraer de la labor de investigación histórica las categorías y perspectivas conceptuales adecuadas para la interpretación de los fenómenos estudiados. 

Asimismo, en sus escritos ensaya formas no lineales para desarrollar sus interpretaciones. En Los mitos del tlacuache, por ejemplo, advierte: “en el ensayo se va de la presentación zoológica a la exposición del problema central, de éste a la teoría, de la teoría a la antigua religión meso americana, de ésta a las tradiciones actuales, o a la naturaleza y elementos del mito, o a los mitos de la tradición mesoamericana, o a nuestro personaje el tlacuache, que en ocasiones parece evadirse. Todo en los flujos y reflujos que las recíprocas inferencias hacen necesarios.” (2006 [1990], p. 10).

Uno de los temas de mayor originalidad en la obra de López Austin es el del cuerpo humano. En la misma entrevista antes citada, comenta:

pese a la universalidad anatómica y fisiológica de nuestro cuerpo, las concepciones culturales del cuerpo es un centro receptor de todas las esferas conceptuales de la sociedad, de tal manera que muchas tradiciones en el mundo lo consideran un microcosmos; recíprocamente, el cuerpo ha sido en buena medida el arquetipo de los órdenes natural y social cuando su imagen se proyecta a todo el universo como gigantesco modelo estructurante. (pp. 19-20)

En Cuerpo humano e ideología: Las concepciones de los antiguos nahuas (1980), explora las formas en que se concebía, en las culturas nahuas, esa realidad inmediata que es el cuerpo humano. Además de ser una aportación realmente sugerente en los estudios especializados, también se ubica dentro de las nuevas corrientes que en las últimas décadas se han desenvuelto en las ciencias sociales, particularmente en la historia, la antropología y la sociología. Quienes se preocupan por los usos del lenguaje como matriz cultural, o de la centralidad del cuerpo dentro de las estructuraciones sociales, tienen en este, como en otros libros de López Austin, un excelente material de reflexión. 

La obra escrita de López Austin guarda un lugar central en los estudios históricos y culturales de nuestro país. Es parte de esos desarrollos de pensamiento propio, con nuevas e incluso originales interpretaciones, al lado de obras como las de Miguel León-Portilla, Rodolfo Stavenhagen, Guillermo Bonfil Batalla o Edmundo O’Gorman. Indica la fortaleza de una tradición intelectual crítica en nuestro país, la cual es necesario conocer, usar y continuar.

Es de esperar que tengamos, a partir de su sentida partida, además de revisiones a su obra escrita, asomos a su labor docente —que abarca seis décadas—, a su contribución en proyectos académicos colectivos, así como a su intervención en la vida pública (como su participación en el proceso de los Diálogos de San Andrés, como consejero del EZLN).

Fotografía: Octavio Olvera
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