Alimentación y hambre: dos conceptos contrapuestos y complementarios en la historia del hombre (Primera parte)

  • Desde que Eva hubo mordido la manzana, el hombre tuvo hambre: ‘Comerás el pan con el sudor de tu frente’
  • La búsqueda del alimento, tarea que durará mientras el hombre exista sobre la tierra

Selección de textos: Hernando Luján

Dos reflexiones: de F. Lery y Knut Hamsun

La alimentación: la búsqueda del hombre para saciar su hambre

F. Lery

Cuando hubo abierto el tercer sello, oí al tercer animal que decía: ven y ve. Era el caballo negro, y el que lo montaba tenía en la mano una balanza.

Apocalipsis, VI, 5.

Los cuatro jinetes del Apocalipsis, la Guerra sobre su caballo alazán, el Hambre sobre su caballo negro, la Muerte sobre su caballo gris y la Peste sobre su caballo blanco, no han cesado jamás de galopar por la Tierra desde el comienzo de los siglos.

Porque el hambre no es solamente ese estado egoísta, esa tendencia primitiva que empuja al hombre o al animal a buscar sus alimentos, es también un fenómeno social generador de guerras, de revoluciones y de epidemias.

Michelet escribía que la historia de la nación francesa hasta la Revolución con su amontonamiento de miserias acumuladas de siglo en siglo, permanecería siempre incomprensible en tanto que no se hubiera escrito un libro terrible: La Historia del hambre. La historia de la humanidad se aclara en efecto cuando se estudia este azote a través de las edades. 

Subdesarrollo, desnutrición, carencias y desequilibrios alimenticios están a la orden del día, pero aunque esta preocupación sea tan antigua como el hombre mismo, éste comienza apenas a estar capacitado para distinguir los elementos esenciales y analizar las incidencias de los mismos.

Por lo demás no hace tanto tiempo que se ha osado abordar este problema tabú; la conspiración del silencio había embotado hasta ahora en una euforia egoísta a los pueblos que se decían civilizados, cuyo deber era actuar y que se asombraban de las reacciones explosivas, brutales, a veces sangrientas, de naciones enteras que sufrían en su carne y en su espíritu la miseria y el hambre.

«A los sabios de la burguesía», escribía G. Sorel en sus Reflexiones sobre la violencia, «no les gusta ocuparse de las clases peligrosas; es una de las razones por las que todas sus disertaciones sobre la historia de las costumbres resultan siempre superficiales».

Pero desde hace algunos años los datos estadísticos, los estudios económicos y sociológicos, los descubrimientos recientes de la biología, de la fisiología, de la agronomía, los documentos de todos los países se acumulan sobre el problema de la alimentación; puede parecer audaz tratar de dar de él una visión de conjunto condensada, pero ningún esfuerzo, por modesto que sea, es desdeñable, porque «de 60 millones de muertes anuales, de 30 a 40 millones de muertes prematuras provienen directa o indirectamente de la malnutrición» (A. Siegfried).

Un poco de ciencia y mucho amor pueden hacer más que la movilización general de los capitales del mundo. «Knowledge is power», dijo Bacon.

Un problema eterno

Desde que Eva hubo mordido la manzana, el hombre tuvo hambre. «Comerás el pan con el sudor de tu frente».

Periódicamente a través de los siglos, la vieja angustia renace. De mil páginas dedicadas a la historia de la humanidad, novecientas noventa podrían serlo a las correrías errantes de una criatura salvaje, ignorante, sin medios, que no sobrevive más que por casualidad. Las grandes migraciones no resolvieron el problema, pero permitieron al hombre subsistir en grupos nómadas. El nacimiento de la agricultura sedentaria fue el primer escalón de una larga cadena de revoluciones que seguidamente se renovaron a un ritmo acelerado.

Centenares de millares de años necesitó el hombre para descubrir esos simples útiles de piedra que le permitieron franquear la era salvaje de la recogida de frutos no cultivados y pasar a la era de la producción. El hombre prehistórico no sobrevivía más que luchando contra una naturaleza hostil; el estado del tiempo, las estaciones, el clima, el suelo y el relieve, la flora y la fauna, le imponían su género de vida y su alimentación. La búsqueda de alimentos le ocupaba todas las horas del día. Uno se imagina al hombre de Neanderthal recogiendo frutas, hojas, raíces y mariscos, cazando animalitos y atreviéndose poco a poco a atacar a los mayores. Los hombres de Cromagnon y de Grimaldi, antecesores directos de los hombres modernos, al reemplazarlo, lo hicieron sin duda con luchas sangrientas, pues el hombre ha sido siempre y sigue siendo un lobo para el hombre, sobre todo cuando defiende su subsistencia y la de su familia.

Algunos millares de años más tarde, los magdalenienses, entre el Báltico y los Pirineos, al final del último período glacial, vivieron del reno, lo mismo que los esquimales del Gran Norte canadiense siguen viviendo del caribú. Estos hombres sabían ya poner en conserva ciertos vegetales haciéndolos fermentar. Período de transición, primer signo de una civilización agrícola primitiva.

La toma de posesión de la tierra no es ya solamente una exploración superficial del suelo, sino una toma de contacto con su materia profunda y con su naturaleza íntima. «La tierra se ha hecho hombre.» El hombre es hijo del suelo y en él graba los rasgos de su rostro y de su alma.

Seis mil años han permitido al hombre neolítico fabricar los útiles de bronce o de cobre que lo han liberado de la obsesión única de la supervivencia; puede dedicarse a otras actividades, construir ciudades, codificar leyes, fundar religiones. Dos mil años bastan para que estas colectividades trabajen el hierro, acuñen moneda, franqueen los mares, creen un alfabeto. Seis siglos nos traen al alba de la civilización grecorromana.

Pero cualquiera que sea su grado de civilización, un objetivo campea sobre todos los demás: la búsqueda del alimento… tarea cotidiana… tarea regular como el latido de las horas y de los días entre el sol y la tierra; es la vieja tarea que no ha cesado nunca desde los tiempos de origen en que el hombre recibió la comunicación de su destino de penas y de labores; y es la tarea que durará mientras él exista sobre la tierra

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