- La ciudad se constituyó como un producto eminentemente masculino, un producto patriarcal
- Las mujeres hemos retado a esta visión del poder que seguía presente hasta hace muy pocos años en las ciudades
- Podríamos resignificar el espacio público desde una perspectiva de género entendiendo a las ciudades como productos socioculturales diversos
Autor: Ermilo Mendoza

En las ciudades suele invisibilizarse a las mujeres, debido al dominio de los significados y necesidades masculinos. Karime Suri, del Programa Universitario de Estudios sobre la Ciudad (PUEC) de la UNAM, habló para HumanidadEs Comunidad sobre la relación entre los estudios urbanos y la perspectiva de género.
“La ciudad se constituyó como un producto eminentemente masculino, un producto patriarcal. En ese sentido, las mujeres hemos retado a esta visión del poder que seguía presente hasta hace muy pocos años en las ciudades”, aseveró Karime Suri.
La investigadora señaló que en las ciudades se concibe a un “usuario tipo”, es decir, un arquetipo de usuario de la ciudad idealizado. “Quienes estudiamos el género y la ciudad pensamos a este usuario tipo como un hombre blanco con recursos, podríamos decir hasta con vehículo”.

Por lo tanto, en la planeación y administración de las ciudades se dejan de lado las necesidades e identidades de grupos históricamente vulnerados, las mujeres especialmente. Éstas “han retado la manera en la que se han concebido las ciudades por los especialistas, en la manera en la que estamos produciendo las ciudades y en la manera en la que queremos ser vistas por las ciudades a través de las políticas urbanas”.
Desde su perspectiva, estudiar la relación entre el género y la urbe implica visibilizar que las mujeres “tenemos necesidades muy particulares con la ciudad. Que usualmente no son estas necesidades que retrataban las políticas urbanas”.
Perspectiva urbana del género
Mayormente se conciben dos esferas en las que se desarrolla la vida de las personas: la pública y la privada. Desde el orden social de género, como comentó Karime Suri, “las mujeres estábamos en la esfera privada”. Según lo han señalado varias autoras feministas, tradicionalmente a las mujeres se les ha relegado al espacio doméstico. Y el espacio público ha sido ocupado mayoritariamente por los hombres.

Desde la crítica feminista se considera que “el espacio de la reproducción de los cuidados”, es decir, el espacio doméstico, debe ser un asunto público. La académica apuntó que: “Cuando en los años sesenta las feministas decían que lo personal era político, estaban aludiendo a esto precisamente. A hacer visible que las mujeres necesitamos que se reconozca este continuo de los espacios público-privados para constituirnos como ciudadanas”.
El espacio doméstico no debe pensarse como un espacio “para las mujeres”. Gracias a los estudios urbanos más recientes se comprendió que el espacio doméstico tiene que retomarse en el diseño de las políticas públicas urbanas. Además, es necesario que se considere como ámbito fundamental en el diseño de las ciudades.
Por ejemplo, el concepto de “habitus de género” surge a partir del teórico francés Pierre Bourdieu. Una estructura que podemos entender como aquello que hace que las mujeres y los hombres concibamos el género de maneras determinadas. Al igual que sus derivados, como los roles de género y los estereotipos.

Muchas autoras feministas argumentan que el habitus de género “se hace carne, se hace cuerpo”. Para ayudarnos a comprenderlo podemos concebirlo como un esquema de percepciones, de maneras de hacer o de prácticas sociales. Las cuales evidencian el modo en que una sociedad concibe lo propio para las mujeres y lo propio para los hombres. Tanto en el sentido geográfico del espacio urbano, como en cuanto un espacio de sentidos.
Violencia simbólica en las calles
Hay significaciones distintas para las mujeres y los hombres en los espacios públicos. La violencia simbólica parece muy sutil porque es invisibilizada y está naturalizada, pero que nos evidencia esquemas de comportamiento que se han interiorizado y socializado.
Las mujeres mismas pueden ser partícipes de ciertas prácticas violentas. Por ejemplo, cuando se dice que las mujeres no deben de salir en la noche porque son más proclives a sufrir un acto de violencia. “Si a alguna mujer le pasa un hecho violento en el espacio público, se dice: ‘le pasó porque andaba sola en la noche, porque andaba vestida de determinada manera’”.

Karime Suri cuestionó: “Si las propias mujeres seguimos reproduciendo estos discursos, estamos reproduciendo la violencia simbólica. De la que somos parte mediante este entramado de dominación que constituye significaciones socioculturales y que asumimos sin cuestionar”.
Podríamos resignificar el espacio público desde una perspectiva de género entendiendo a las ciudades como productos socioculturales diversos. Entendiendo que la diversidad está presente en el espacio público y que hay una multiplicidad de actores y de significaciones que encontramos cotidianamente.

Dichas prácticas realizadas desde identidades diferenciadas requieren que las propuestas de atención social hagan visibles a estas identidades y sus respectivas demandas por el derecho a la ciudad. No solamente las necesidades de las mujeres, sino que hay otros actores que también demandan ser tomados en cuenta en el espacio público. Por ejemplo, el colectivo LGBT+, las niñas y los niños, los adolescentes, los adultos mayores. No todas las personas vivimos las ciudades y el espacio público de la misma manera.
La planificación urbana del espacio y el transporte públicos deben entender que las personas tenemos ciclos de vida y necesidades diferentes. La idea de una “ciudad neutra” dificulta las vidas diarias de esos sectores sociales. Es fundamental tomar en cuenta la pluralidad de significados y usos del espacio público. Si se amplía la comprensión del espacio público y su diversidad, contribuiremos a la recuperación de las calles y su vitalidad urbana.
