No hay mañana. La historia de Roberto Villanueva, un sobreviviente del Covid

  • El jurista de 52 años fue testigo del fallecimiento de personas cercanas como su padre y sus colegas de piso en el hospital
  • Los médicos lidiaban con la falta de cupo en los hospitales para atender a personas como Roberto Villanueva, e intentaban salvarles la vida de cualquier forma

Autor: Isai Monterrubio

17 de octubre del 202. Ciudad de México.

Llegaba el ocaso de aquel domingo 17. Roberto Villanueva, abogado de 52 años, estaba en casa escuchando un día más —casi de manera automática— las novedades más sabidas entorno a la pandemia de Covid-19. 284 mil muertos y 3 millones 755 mil casos confirmados eran las cifras que registraba la base de datos de Expansión hasta ese momento.

Roberto nunca pensó que el Covid llegaría a las entrañas de su hogar, y mucho menos que se alojaría en su cuerpo. “Es más, la verdad yo pensaba que a lo mejor era una simulación de los gobiernos para manipular a la gente”, confesó. Pero empezó la tos, misma que anunciaba un periodo enfermizo en su vida. En ese momento, el Covid comenzó a atacar su cuerpo.

Entre gritos y silencios

Lo que comenzó con una simple tos, la cual “no era muy fuerte”, terminó agravándose hasta casi arrebatarle el oxígeno al jurista. Y es que Roberto ya cumplía con dos síntomas propios del virus: tos seca y falta de oxígeno.

“Fue desesperante porque trataba de meter aire y no podía. Me llevan al hospital y me detienen porque estaba saturando ya a 75 % de oxígeno, y me dicen que tenían que internarme”, recordó Roberto Villanueva, quien en ese momento era canalizado a la zona de Covid del hospital Adolfo López Mateos del ISSSTE.

De acuerdo con datos actuales del portal Covid-19 México, del Gobierno de México, hasta la fecha, solo el 11.84 % de casos confirmados son tratados en hospitales. Y eso bastó en 2021 para mantener las camas de hospitales llenas de personas infectadas por el virus.

El abogado rememoró lo que sintió al ingresar a la zona Covid, y como si de un desfile se tratara, los médicos ubicaban las camillas una tras otra, en varias filas, para ser atendidas. Sin embargo, la zona covid se convertía en una zona de decesos, pero sobre todo, gritos ahogados en la frustración de no poder respirar bien.

“A los 10 minutos de estar internado, llegó un muchacho en una camilla cubierta de plástico. Le quitaron la bolsa, y mientras lo estaban atendiendo, le dio un paro cardiaco. 28 años tenía”, recordó con la voz pigmentada por la melancolía.

“Posteriormente, como a las dos horas, entra otro enfermo que gritaba ¡No puedo respirar! Aquel era un familiar de una doctora. Ella pedía que no lo intubaran y que esperaran a que falleciera. Y los doctores le contestaron que no podían, por ética profesional, dejarlo morir sin haber intentado salvarlo”.

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Aunque los médicos son profesionales, también tienen sentimientos punzantes cuando ven a las personas fallecer, pues “cuando iniciamos esta carrera, uno de nuestros juramentos es proteger la vida, pero con esta enfermedad a veces no se puede cumplir”, entre lágrimas confesó el doctor Guillermo Piña, profesor titular de la especialidad de otorrinolaringología del Hospital General del Centro Médico Nacional La Raza.

Un albur

Es común escuchar historias del personal de salud en donde se cuenta que los profesionales de esta área saben cuándo un paciente va a fallecer, sin embargo, de acuerdo con Nancy Aguilar, médico otorrinolaringóloga del Hospital Central Sur de Alta Especialidad de Petróleos Mexicanos (PEMEX), “ese tipo de cosas suceden en pacientes crónicos, no en pacientes con Covid.”

El contraer Covid, como lo decía Chalino Sánchez, “es jugarse un albur” ya que no existe hasta la fecha un patrón que pueda determinar qué pacientes viven y quienes pueden perder la vida. Incluso no hay factor alguno que determine el destino del paciente.

“Había pacientes jóvenes, sanos y deportistas que se morían, y pacientes viejitos, diabéticos, hipertensos o con enfermedad renal que sobrevivían. Entonces, no existe un patrón que te diga quién sí y quién no”, explicó la especialista que combatió al Covid en la primera línea de batalla, esa en donde se requería revestirse con una armadura de plástico.

De acuerdo con los datos de la Dirección General de Epidemiología (DGE), el grupo que más ha contraído la enfermedad, con 340 mil 165 casos, es el que va de los 25 a los 29 años; ese mismo que se pensaba era más resistente a los embates del Covid. Por el contrario, y por contradictorio que parezca, el grupo que va de los 50 a los 54 años se vio mucho menos afectado, registrando 212 mil 476 casos, es decir, un 37.6 por ciento menos.

No es suficiente

Los médicos lidiaban con dos factores al mismo tiempo. Por una parte, se encontraba la falta de cupo en los hospitales para atender a personas como Roberto Villanueva, e intentar salvarles la vida de cualquier forma, mediante traqueotomías o mediante una intubación, ya que no había tratamiento para la enfermedad.“Se trataban con desinflamatorios y con medidas de soporte vital que requería el paciente”, explicó la otorrinolaringóloga Nancy Aguilar.

Por otra parte, estaba el desabasto de insumos para afrontar la pandemia. Guillermo Piña, profesor titular del Hospital de la Raza, admite que los insumos que les otorgaba el hospital no eran los mejores, y por ello comenzaban a comprar sus propios equipos para uso propio y colectivo, en pro de las y los pacientes. “Nosotros también nos organizamos. Hicimos coperachas para que con esas colectas pudiéramos comprar equipos”, reveló el doctor Piña.

No obstante, y ante todos esos esfuerzos por salvaguardar las vidas humanas, estas seguían cediendo ante la enfermedad, la cual se llevaba a las personas en menos de 10 días, no así con el jurista Roberto Villanueva, que estuvo 15 días en la zona Covid, quien tuvo probabilidad de ser intubado dos veces, y en donde soportó la soledad, pero sobre todo, la resignación de conocer a alguien, y verlo morir en cuestión de horas.

Como aquél compañero de piso, con el cual parecía formar un vínculo de amistad bastante simbólico, pero también que fue la última persona que Roberto vio morir. “Era un chavo. Con él estuve platicando y nos decíamos ¡Vas a salir! ¡Échale ganas! Luego vamos a comer, y cosas así. Eso fue a las 10 de la mañana. A la una y cuarto los doctores lo declararon muerto”.

No hay mañana

Roberto Villanueva estuvo una quincena internado en el Hospital del ISSSTE Adolfo López Mateos. En ese lapso, vio por cuenta propia los procesos de intubamiento, los cuales eran “antinaturales”; vio morir a la gente, pero sobre todo, supo lo que era perder la noción del tiempo, y de sentir que la vida se le escapaba en pequeños suspiros, al grado de “estar dormido y ya no querer despertar”.

Sin embargo, Roberto, en una muestra de sinceridad, confesó que, además de los esfuerzos y los buenos tratos de los héroes de armadura plástica, él no estaría aquí sin el apoyo de su familia, pero sobre todo de su nieto. En un punto crítico de su estadía en la zona Covid, su nieto le mandó un recado oculto en un teléfono “de los viejitos”, el cual estaba envuelto en un rollo de papel, mismo que le llevó su hija Lizbeth.

El recado no era extenso, dado el espacio que el infante disponía para escribir, a sabiendas de la clandestinidad del acto, únicamente redactó: “Te estamos esperando. No te venzas”. Como si de alguna medicina potente se tratara, el jurista tomó fuerzas, y se dijo a sí mismo “¡Sí! Sí tengo que salir”.

El lunes 1 de noviembre Roberto Villanueva fue dado de alta de la zona Covid, librando la muerte y pasó a formar parte de los 5 millones 54 mil 809 personas recuperadas de Covid hasta la fecha.

El jurista de 52 años fue parte de los 5 millones 759 mil 773 casos confirmados de Covid hasta el momento. Fue testigo del fallecimiento de personas cercanas como su padre y sus colegas de piso, los cuales son parte de los 324 mil 768 muertes que ha provocado la pandemia en México, y eso le llevó a hacer un cambio en su vida, comenzando por seguir todas las indicaciones sanitarias del gobierno.

Finalmente, Roberto Villanueva, quien logró sobrevivir al Covid, aunque con secuelas pulmonares, reflexionó y dio a conocer que la enseñanza más destacada fue darse cuenta de que no hay mañana. “Lo que reflexioné fue que, el ayer ya no lo puedo cambiar; mañana no sé si amanezca, entonces, nada más me queda vivir el día de hoy”, finalizó el jurista.

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